Niccolò di Bernardo dei Machiavelli
(Nicolás Maquiavelo)
Florencia 1469 - Florencia 1527
El gobernante "necesita tener un ánimo dispuesto a girar a tenor del viento y de las mutaciones de la fortuna, y, como dije antes, a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal, de necesitarlo" El Príncipe, cap. XVIII
(Nicolás Maquiavelo)
Florencia 1469 - Florencia 1527
El gobernante "necesita tener un ánimo dispuesto a girar a tenor del viento y de las mutaciones de la fortuna, y, como dije antes, a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal, de necesitarlo" El Príncipe, cap. XVIII
Nicolás Maquiavelo tiene el honor de ser el primer filósofo occidental que apartó toda consideración moral en la observación y descripción de las dinámicas políticas de su época, el Renacimiento. Supo diestramente mantener al margen sus preferencias personales en la teorización de la política de su tiempo. Teoría que, como intentamos mostrar en estas líneas, mantiene su validez hasta nuestros días debido a la inmutabilidad de la naturaleza humana y a la flexibilidad de su doctrina.
El secretario al servicio de Piero Soderini fue, ante todo, pragmático. Prueba de ello es que su manifiesta preferencia por los sistemas republicanos -Piero Soderini fue confaloniero (gonfaloniere) vitalicio de Florencia desde 1502 a 1512 - no fue obstáculo para mostrarse favorable a la instauración de sistemas monárquicos con matices absolutistas cuando la inevitable corrupción de la sociedad lo requirese. Durante su intensa carrera diplomática tuvo la oportunidad de conocer a las máximas personalidades de su momento, como el papa Julio II, César Borgia, el rey francés Luis XII, Leonardo Da Vinci, el sacro emperador romano Maximiliano I de Habsburgo, el papa Clemente VII y Lorenzo II de Médici. Su dilatada experiencia le hizo reparar en la inviabilidad de valorar las acciones políticas y sociales con los mismos criterios.
El bien y el mal se relativizan. Las acciones son valoradas desde una perspectiva funcional, dependiendo de si sirven o no al fin último del gobernante, que no es otro que el de mantenerse en el poder (mantenere lo stato). No es que el fin justifique los medios, sino que los medios deben ser valorados según sean útiles o no para el fin. Tal pensamiento, en nuestra opinión acertado, conlleva obligatoriamente un desafío a la vigencia universal de la moral cristiana. Su osadía le valió la animadversión del clero de su tiempo y la consecuente inclusión de sus obras en el Index Librorum Prohibitorum. Tal animadversión ha perdurado hasta hoy en el significado del adjetivo "maquiavélico" y en el epíteto con que en inglés aún se alude al diablo, "the Old Nick" (el viejo Nico, de Nicolás).
La dicotonomía entre el mundo de la política y la sociedad en lo que a moralidad respecta constituye el elemento axial de su teoría política, cuyo principal pilar es el binomio complementario Fortuna/virtù:
Según Maquiavelo, nuestras acciones están decididas por dos entidades cuya incidencia se reparten al cincuenta por ciento. Por un lado está la Fortuna, entendida como el componente azaroso, coyuntural y circunstancial omnipresente en la vida, sobre el cual no tenemos poder alguno y únicamente podemos adaptarnos a ella, aprovechándola cuando nos es favorable y capeándola o canalizándola cuando nos es contraria. Por otro lado está la virtù, concepto cristiano que Maquiavelo reinterpreta y entiende como aquel conjunto de características de las que debemos armarnos para hacer frente a la Fortuna. Sobre la estela de su mundo dicotomizado, es lógico que las virtudes -en el sentido maquiaveliano- de un campesino serán totalmente diferentes a las de un dirigente. Y es esto lo que motiva la reubicación de la pertinencia de la moral cristiana exclusivamente al ámbito de la interacción social. Por el contrario, el dirigente debe poseer una virtù que le permita cumplir con su objetivo, que no es otro que el ya mencionado mantenere lo stato. Bajo esta premisa puede entenderse la cita con la que se abre este espacio.
A partir de este binomio, el diplomático florentino concebirá toda una teoría política estructurada en clasificaciones acerca de las formas de acceder al poder -mediante la Fortuna o la virtù-, las cuales incidirán, a su vez, en los métodos para mantener el poder. De tal manera que las conquistas del poder virtuosas gozan de unas mejores perspectivas de futuro que las logradas gracias a un golpe de suerte, y el esfuerzo del gobernador por mantenere lo stato será doble en este último caso, por no disfrutar, a priori, del favor del pueblo. En todo caso, como dice Manuel Cruz, director de la colección Descubrir la filosofía editada por El País, "para que una acción arriesgada (...) llegue a buen puerto deben confluir tres elementos: la virtù y la Fortuna (...) y la ocasión como fuerza mediadora entre ambas."
A fin de facilitar la aplicación de la teoría maquiaveliana a los sistemas políticos actuales -tanto dictatoriales como democráticos-, el prototipo del gobernante virtuoso maquiaveliano:
- Se muestra determinado e irreversible en sus decisiones.
- Esucha pero no se deja influenciar.
- Practica el equilibrio y la proporción entre la clemencia y la crueldad, sabiendo cuándo decantarse por una o por otra en aras de mantenere lo stato.
- Comete pocos castigos, pero ejemplarizantes.
- Se anticipa a las maniobras del enemigo y neutraliza su reacción infligiéndole un daño colosal y fulminante.
- Delega en alguien de cuya obediencia está seguro la comisión de los actos viles.
- Es flexible en todos los ámbitos de la vida, dado que los designios de la Fortuna son imprevisibles. Esto conlleva dejar a un lado los principios morales absolutos y aplicarlos sólo para canalizar la Fortuna hacia la consecución del fin del gobernante.
- Pone el ahínco en el honor y la gloria una vez que consolida la firmeza del Estado, una vez que su autoridad es reconocida.
- No deja nada en manos de la Fortuna. De hacerlo, cuando ésta no le favorezca, perecerá.
Sin entrar en el debate sobre la inmoralidad o amoralidad de cuanto expuesto por Maquiavelo, su teoría se erige como una herramienta tremendamente novedosa en su tiempo, una vara de medir las acciones políticas más realista y útil que la moral cristiana. La labor de un gobernante entrará siempre en colisión con los valores morales de la socieda en la que se inscriba, sean éstos tanto de naturaleza religiosa como no. Sin caer en valoraciones, la salvaguarda de los intereses de la élite gobernante y el bien de la mayoría prevalecerán sobre cualquier otra consideración, mucho menos moral o religiosa. Compatibilizar la política y la moral es, simplemente, una quimera. La doctrina maquiaveliana ayuda, y de qué manera, a separar esos dos mundos que siempre nos hemos obstinado en considerar uno, y establece por la primera vez un método sistémico de juzgar a los gobernantes como lo que son.
El secretario al servicio de Piero Soderini fue, ante todo, pragmático. Prueba de ello es que su manifiesta preferencia por los sistemas republicanos -Piero Soderini fue confaloniero (gonfaloniere) vitalicio de Florencia desde 1502 a 1512 - no fue obstáculo para mostrarse favorable a la instauración de sistemas monárquicos con matices absolutistas cuando la inevitable corrupción de la sociedad lo requirese. Durante su intensa carrera diplomática tuvo la oportunidad de conocer a las máximas personalidades de su momento, como el papa Julio II, César Borgia, el rey francés Luis XII, Leonardo Da Vinci, el sacro emperador romano Maximiliano I de Habsburgo, el papa Clemente VII y Lorenzo II de Médici. Su dilatada experiencia le hizo reparar en la inviabilidad de valorar las acciones políticas y sociales con los mismos criterios.
El bien y el mal se relativizan. Las acciones son valoradas desde una perspectiva funcional, dependiendo de si sirven o no al fin último del gobernante, que no es otro que el de mantenerse en el poder (mantenere lo stato). No es que el fin justifique los medios, sino que los medios deben ser valorados según sean útiles o no para el fin. Tal pensamiento, en nuestra opinión acertado, conlleva obligatoriamente un desafío a la vigencia universal de la moral cristiana. Su osadía le valió la animadversión del clero de su tiempo y la consecuente inclusión de sus obras en el Index Librorum Prohibitorum. Tal animadversión ha perdurado hasta hoy en el significado del adjetivo "maquiavélico" y en el epíteto con que en inglés aún se alude al diablo, "the Old Nick" (el viejo Nico, de Nicolás).
La dicotonomía entre el mundo de la política y la sociedad en lo que a moralidad respecta constituye el elemento axial de su teoría política, cuyo principal pilar es el binomio complementario Fortuna/virtù:
Según Maquiavelo, nuestras acciones están decididas por dos entidades cuya incidencia se reparten al cincuenta por ciento. Por un lado está la Fortuna, entendida como el componente azaroso, coyuntural y circunstancial omnipresente en la vida, sobre el cual no tenemos poder alguno y únicamente podemos adaptarnos a ella, aprovechándola cuando nos es favorable y capeándola o canalizándola cuando nos es contraria. Por otro lado está la virtù, concepto cristiano que Maquiavelo reinterpreta y entiende como aquel conjunto de características de las que debemos armarnos para hacer frente a la Fortuna. Sobre la estela de su mundo dicotomizado, es lógico que las virtudes -en el sentido maquiaveliano- de un campesino serán totalmente diferentes a las de un dirigente. Y es esto lo que motiva la reubicación de la pertinencia de la moral cristiana exclusivamente al ámbito de la interacción social. Por el contrario, el dirigente debe poseer una virtù que le permita cumplir con su objetivo, que no es otro que el ya mencionado mantenere lo stato. Bajo esta premisa puede entenderse la cita con la que se abre este espacio.
A partir de este binomio, el diplomático florentino concebirá toda una teoría política estructurada en clasificaciones acerca de las formas de acceder al poder -mediante la Fortuna o la virtù-, las cuales incidirán, a su vez, en los métodos para mantener el poder. De tal manera que las conquistas del poder virtuosas gozan de unas mejores perspectivas de futuro que las logradas gracias a un golpe de suerte, y el esfuerzo del gobernador por mantenere lo stato será doble en este último caso, por no disfrutar, a priori, del favor del pueblo. En todo caso, como dice Manuel Cruz, director de la colección Descubrir la filosofía editada por El País, "para que una acción arriesgada (...) llegue a buen puerto deben confluir tres elementos: la virtù y la Fortuna (...) y la ocasión como fuerza mediadora entre ambas."
A fin de facilitar la aplicación de la teoría maquiaveliana a los sistemas políticos actuales -tanto dictatoriales como democráticos-, el prototipo del gobernante virtuoso maquiaveliano:
- Se muestra determinado e irreversible en sus decisiones.
- Esucha pero no se deja influenciar.
- Practica el equilibrio y la proporción entre la clemencia y la crueldad, sabiendo cuándo decantarse por una o por otra en aras de mantenere lo stato.
- Comete pocos castigos, pero ejemplarizantes.
- Se anticipa a las maniobras del enemigo y neutraliza su reacción infligiéndole un daño colosal y fulminante.
- Delega en alguien de cuya obediencia está seguro la comisión de los actos viles.
- Es flexible en todos los ámbitos de la vida, dado que los designios de la Fortuna son imprevisibles. Esto conlleva dejar a un lado los principios morales absolutos y aplicarlos sólo para canalizar la Fortuna hacia la consecución del fin del gobernante.
- Pone el ahínco en el honor y la gloria una vez que consolida la firmeza del Estado, una vez que su autoridad es reconocida.
- No deja nada en manos de la Fortuna. De hacerlo, cuando ésta no le favorezca, perecerá.
Sin entrar en el debate sobre la inmoralidad o amoralidad de cuanto expuesto por Maquiavelo, su teoría se erige como una herramienta tremendamente novedosa en su tiempo, una vara de medir las acciones políticas más realista y útil que la moral cristiana. La labor de un gobernante entrará siempre en colisión con los valores morales de la socieda en la que se inscriba, sean éstos tanto de naturaleza religiosa como no. Sin caer en valoraciones, la salvaguarda de los intereses de la élite gobernante y el bien de la mayoría prevalecerán sobre cualquier otra consideración, mucho menos moral o religiosa. Compatibilizar la política y la moral es, simplemente, una quimera. La doctrina maquiaveliana ayuda, y de qué manera, a separar esos dos mundos que siempre nos hemos obstinado en considerar uno, y establece por la primera vez un método sistémico de juzgar a los gobernantes como lo que son.